Porque hay sufrimiento hay placer y porque hay placer hay sufrimiento. No es que Buda no viera el placer, pues él mismo estuvo enredado en el mismo durante todos los años de su adolescencia y juventud, pero porque hay placer hay dolor. Sólo aquel que logra situar su mente en el estado supremo de ecuanimidad, contempla y vive el placer y el dolor de otro modo o, como declaran los budistas zen, se instala la afirmación más allá de la afirmación-negación comunes. Para la persona que no ha desarollado visión clara y ecuanimidad, el hecho mismo de que no haya placer ya implica alguna forma de dolor,aunque sea el propio del tedio vital. El sentimiento de soledad o desvalimiento es una forma de sufrimiento, como lo es la fustración y el resentimiento que brotan cuando no se alcanza lo anhelado, cuando el ego es herido, cuando hay que separarse de seres queridos o cuando uno tiene que soportar a personas aviesas. Pero el sufrimiento hay que entenderlo siempre en sus dos categorías: el provocado por las visicitudes de la existencia y el generado por una mente reactiva y que tiende a acumular sufrimiento sobre el sufrimiento, malestar sobre el malestar. Incluso cuando no hay sufrimiento real, la mente se encarga de generar sufrimiento imaginario, que de hecho se vuelve tan real para la persona como el sufrimiento real mismo. Hasta en los sueños, las fantasías, los recuerdos y las ensoñaciones emerge implacable el sufrimiento. Por falta de equilibrio mental y ecuanimidad el sufrimiento se hace mucho mayor, se desproporciona y perpetúa. La propia persecución de placer se convierte en un tipo de sutil sufrimiento, que puede llevar al desgarramiento extremo si el placer no se obtiene. Incluso cuando los logros se obtienen, éstos pueden perderse tan pronto que apenas se disfrutan o, por el contrario, pueden hastiar al individuo y entonces éste tiene que proponerse otros logros. El sufrimiento deriva en mayor grado porque en la mente hay " sed ", es decir un anhelo conpulsivo que es como un hueco profundo de insatisfacción difícil de llenar. El sufrimiento fluctúa, del mismo modo que lo hace la felicidad. En verdad que no hay otra felicidad que la paz interior. Placer y dolor son contingentes; dicha y desdicha se alternan. El sufrimiento, como el placer, se adorna con infinidad de rostros aparentemente distintos. La vida se encarga de desbaratarlo todo. ¿Dónde está entonces el terreno seguro? En uno mismo; en la propia actitud de desprendimiento. A un incrédulo brahmán, Buda explicó:
"Conozco lo que debe conocerse, lo que debe cultivarse lo he cultivado, lo que debe abandonarse lo dejo ir, por eso, oh brahmán, soy Buda, el Despierto".
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