Entre los rasgos que más señaladamente caracterizan al Zen encontramos los siguientes: espiritualidad, inmediatez en la expresión, desprecio por los convencionalismos formales, y, con frecuencia, un casi desconsiderado deleite en apartarse de los cánones establecidos de respetabilidad. Por ejemplo, cuando las normas exigen un tratamiento sistemático del tema en cuestión, un pintor Zen puede prescindir de todo tipo de trazos, dejando tan sólo un insignificante trozo de roca justo en una esquina del cuadro. Cuando se supone que lo que se debería perseguir es una limpieza absoluta, el jardinero Zen puede dejar unas cuantas hojas muertas esparcidas por el jardín. Un practicante de esgrima Zen puede quedar en una casi indiferente actitud ante el enemigo, dando la impresión de que éste pudiera alcanzarle a placer, pero si realmente pone todo de su parte, el hombre Zen podrá atemorizarle con su absoluta indiferencia. En este sentido, el Zen es imprevisibilidad, está más allá de la lógica y los cálculos del sentido común.
lunes, 19 de mayo de 2008
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